lunes, 25 de mayo de 2015

La hija del caníbal, desagravio a Rosa Montero



Suele ocurrirme que cuando veo una película que me gusta, basada en una obra literaria, enseguida me entra la necesidad de leer el libro, más tarde o más temprano, para completar el buen rato disfrutado y saciar la maliciosa curiosidad de comparar ambos formatos. También me ha ocurrido lo contrario: he leído el libro sobre el cual se ha hecho una película y me motivo a verla para “redondear” gustos e impresiones. Como ejemplos del primer caso puedo citar para abreviar,  Jane Eyre, de Charlotte Brontë, La milla verde, de Stephen King,   y La dama de las Camelias, de Alejandro Dumas.

El libro de la Brontë me asombró porque es muchísimo más rico que la romántica historia de amor que nos muestran las películas que lo versionaron. Sus contenidos tan claramente feministas  no dejan de llamar la atención debido a la época en que fue escrito, 1847. En el caso de La milla verde continuó el asombro, puesto que subestimaba a King por ser autor de best sellers, y  resulta que me topé con una buena novela, muy bien llevada a la pantalla, además. No me pasó lo mismo con La dama de las camelias, cuyo romanticismo pasado de moda y su discurso un tanto plano, con el perdón de don Alejandro —quizá fue un efecto de la traducción— me fastidió bastante. Además de que esa escena de la ventana con el galán acunando en sus brazos a la bella Margueritte, vista por mí en algunas de las versiones fílmicas, no está en la novela para nada, fueros del cine, me dije sonreída.

Esta vez la película vista fue La hija del caníbal (2003), una coproducción hispano-mexicana, del director mexicano Antonio Serrano Argüelles, protagonizada por mi adorada Cecilia Roth, Kuno Becker y Carlos Álvarez, en los papeles estelares. Cuenta la historia de Montero, con algunas licencias, por supuesto, en clave de humor, que no es el tono de la novela, hay que decirlo de entrada. La película se deja ver con agrado, divierte, entretiene, cuenta con buenas actuaciones, está bien hecha pues… o eso creo, no soy crítica de cine.

Mi interés al escribir esto no es la película sino el libro y, como digo en el título, desagraviar a la escritora. Resulta que en una nota anterior había apuntado que no me gustaban mucho sus novelas, que prefería a la Montero cronista, a la ensayista, a la autora de libros para mí encantadores como La loca de la casa y La ridícula idea de no volver a verte. Tamaña ligereza se explica porque solo había leído Bella y oscura y Amado amo, muy alabadas por la crítica, pero que a mí no me entusiasmaron ni siquiera un poco. De ahí la agradable sorpresa cuando leí La hija del caníbal.

La historia nos habla de la vida de Lucía una escritora cuarentona, autora de sosos libros infantiles que se siente en decadencia por su edad madura, por su matrimonio fracasado con Ramón Iruña, por su vida vacía y sin expectativa alguna. Todo comienza en el aeropuerto de Barajas, cuando ella y su esposo están a punto de tomar un avión para ir de vacaciones a Viena. Allí mismo, Ramón desaparece como por arte de magia, porque es secuestrado por un supuesto movimiento revolucionario llamado Orgullo Obrero, que le pide dinero para liberarlo. La historia de su vida es narrada en primera persona por Lucía, quien a la vez la escribe como novela refiriéndose a sí misma, en ocasiones, en tercera persona, en acertado juego de puntos de vista que ponen sobre aviso al receptor o narratario, a los posibles lectores, acerca de las máscaras del autor, la novela dentro de la novela, de las traiciones de la memoria y de la delgada línea que separa ficción y realidad.

Ante tales acontecimientos, Lucía se embarca en una loca empresa de investigación, al margen de la policía, acompañada de dos vecinos que se inmiscuyen por azar en la aventura: Felix Roble, un anciano de 80 años y Adrián, un guapo joven, veinte años menor que ella. Es así como se van alternando la historia de los tres personajes en búsqueda del secuestrado, con los capítulos en los que Felix Roble cuenta en primera persona su historia de anarquista durante la Guerra Civil Española. Con ello Montero construye un entrañable personaje que recuerda al no menos memorable Miralles de Soldados de Salamina (2001), la novela de Javier Cercas.     

Y es aquí donde la autora despliega esa mirada crítica, tanto de la sociedad como de la especie humana, que la caracteriza, mezcla de crudeza, desencanto, de encarar la realidad sin idealizaciones, pero sin olvidar la fuerza de todo lo que vive, del lado bello, honesto y digno que también posee. Lo que Roble narra, parte de la historia de España, del triste y decepcionante fin de la República, está fielmente documentado, según confiesa la escritora en un preámbulo a la novela,  mezclando personajes reales con imaginarios, como suele ocurrir en lo que se conoce como nueva novela histórica.

Relata Felix, heroico sobreviviente de múltiples penurias, la decrepitud que a todos nos llega fatalmente, entre ellas, lo siguiente:

“Así es que nos sacrificamos. Anarquistas, socialistas, incluso los comunistas. En Francia combatíamos a los nazis y asaltábamos las estafetas de Correos controladas por los alemanes para conseguir fondos; en España infiltrábamos comandos guerrilleros e intentábamos reconstruir clandestinamente las organizaciones políticas y sindicales. Era una vida alucinada, en el límite de la desesperación y de las fuerzas. Un heroísmo suicida, embrutecido, una carnicería inútil” (p.201)

Mientras leía  esto me preguntaba, como lo vengo haciendo desde hace ya algún tiempo, si habrá en este universo mundo algún movimiento revolucionario, idealista, convencido de que la redención de la humanidad es posible, que haya tenido un destino diferente al aquí narrado.

La función de Adrián dentro de la novela es la de ofrecer la visión que del amor tiene Montero; presentar su fuerza abrasadora, la pasión, que aniquila y anula la razón y que se desvanece pronto con su secuela de dolor.  Adrián se enamora de Lucía, ella le teme, desconfía porque sabe el peligro que él le representa, sobre todo porque no se considera suficientemente atractiva a los ojos de alguien tan joven. Sin embargo se deja arrastrar por la pasión, porque sabe que su eternidad es efímera y porque finalmente asume que para ella la relación con ese chico sí es posible:

“No es verdad que las mujeres nos pudramos al cumplir los cuarenta. No es verdad que nos desvanezcamos en el pozo de la invisibilidad. Al contrario: la mujer madura, incluso muy madura, posee un atractivo propio, un momento de gloria. Estamos acostumbrados a reconocer el atractivo que los hombres mayores pueden ejercer en las jovencitas, y el mundo está lleno de felices parejas de este tipo. Lo que ignoramos es que la atracción que ejercen las mujeres mayores sobre los chicos jóvenes es igual de fuerte”(p.212).

Está demás decir que este fragmento me gustó bastante… (Puedes reírte desocupado/a lector/a).

Cierta crítica ha estimado que esta novela puede ser considerada como autoficcional. En verdad no encontré algo muy apreciable en ese sentido más allá de que la autora se nombre a sí misma en dos ocasiones; la segunda en la antepenúltima página, diciendo que Rosa Montero es una escritora guineana. Sólo un breve juego  autoficcional.

Concluyo con otro fragmento que también me gustó bastante. Lo hago como invitación para leer la novela, y el resto de las obras de esta buena escritora, para que no cometan errores de apreciación como el que ya les comenté. Resuelto el conflicto que se tramó en el relato, al final Felix y Adrián retoman el rumbo de sus vidas y Lucía recupera la suya diciendo:

“De manera que estoy sola y me gusta. Después de tantos años de convivir con Ramón recupero mi casa con la misma avidez  con la que un país colonial se independiza del imperio. Ahora soy la princesa de mi sala, la reina de mi dormitorio y la emperatriz de mis horas. Dejo los discos compactos todos desordenados, leo hasta las cinco de la madrugada y como cuando tengo hambre” (p.326).

¡Qué bien… esa soy yo!      


Montero, Rosa (2001). La hija del caníbal. Madrid: Espasa Calpe.

2 comentarios:

  1. Muy buen análisis de la obra

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  2. Me encantó!!! Gracias por un análisis tan agradable y o je tuvo que nos invita a adentrar nos más a la lectura y sus adaptaciones en pantalla. Fue refrescante leerte. De nuevo, gracias...

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