sábado, 7 de marzo de 2015

LUISA DEL VALLE SILVA UN 8 DE MARZO

El 8 de marzo de 1944 se celebró, por primera vez en el país, el Día Internacional de la Mujer en el Teatro Nacional de Caracas. El discurso de orden lo pronunció Luisa del Valle Silva: La mujer, mitad de la humanidad. Era un período de lucha por los derechos civiles y políticos de las féminas, por lo que en el mismo la poetisa fijó posición pública acerca de las legítimas aspiraciones de la mujer venezolana de la época. Se esperaba que el Congreso en las sesiones de ese año le concediera el derecho al voto, puesto que le había sido negado en la Constitución de 1936, en la que votante era sinónimo de varón. Un retroceso inconcebible ya que la constitución anterior, del año 1931, había establecido que eran electores y elegibles todos los venezolanos mayores de 21 años. Retroceso más sorprendente aún si tomamos en cuenta que fue una determinación tomada después de la muerte de Juan Vicente Gómez, prueba de que las conquistas logradas se pueden perder, por lo que no hay que bajar la guardia. Luisa del Valle, consciente de las dificultades de la lucha finalizó su discurso con estas palabras: “Esperamos. Pero no con los brazos quietos y la mirada soñando lejanías. Esperamos de pie y trabajando”.

En su discurso Luisa del Valle expuso el error de considerar a la mujer “como una parte desprendida del todo y no como el otro hemisferio de la colectividad (…) continuar considerándolas un montón anónimo, sería seguir mirándolas con ojos pretéritos. Algo así como pretender estudiar la tierra desde un solo plano, y no tomar en cuenta que nada es hoy como ayer y nada será mañana como hoy”. Destacó, además que la sociedad venezolana había alcanzado la madurez suficiente como para reconocer un derecho que existía, pero que era desconocido y oprimido; para ella el progreso de una colectividad se demuestra en la condición que disfrutan sus mujeres:
Hombre esclavo, quiere, necesita, mujeres esclavas… Hombre atrasado no puede permitir que la mujer ascienda en la escala de la cultura…cuando una sociedad tiene el grado de organización que marca el verdadero progreso no puede seguir sosteniendo el lujo de mujeres de adorno (…) Resulta molesto oír a cada momento: A las mujeres les van a dar sus derechos…¿Quién se los va a dar? ¿El hombre?...Y el hombre los tiene…¿por qué? ¿Y por qué tiene él los propios y los de ellas para dárselos o no, como a bien tenga?...¿No resulta de estas consideraciones algo así como si hubiera habido un escamoteo, un despojo de parte del hombre hacia la mujer?.

El 12 de mayo de ese mismo año Luisa del Valle formó parte del grupo que participó en la llamada tarde histórica del Congreso, al que se presentaron para entregar el Mensaje Femenino, documento respaldado por más de doce mil firmas. A la pregunta de un periodista sobre la intención de la solicitud, ella respondió “Pueden ustedes tener la seguridad de que no queremos el voto como medio de conquistar prebendas para nuestro goce e interés personal”.

Las luchas del 44 fueron dando resultados parciales: la reforma constitucional de 1945 concedió a la mujer el derecho de sufragio activo (votar) y pasivo (ser elegida) para la formación de Consejos Municipales; en 1946 se logró el derecho al voto y la participación en planchas para la elección de la Asamblea Nacional Constituyente, donde actuaron las primeras venezolanas parlamentarias, dieciséis en total. Finalmente, La Asamblea Nacional Constituyente, en 1947, en el Artículo 80 de la Constitución del 5 de julio, concedió el derecho pleno al voto.

Vuela hoy un recuerdo y un homenaje para esta notable mujer, nacida en Barcelona el 8 de enero de 1896, aunque fue Carúpano la ciudad de crecimiento y formación. Poeta, maestra, alfabetizadora, he aquí su autorretrato:

El reflejo dorado

de las arenas tiene mi cabello
y hay un blancor de espumas condensado
en mi cara, mis brazos y mi cielo

Y en su poemario Ventanas de ensueño dirá:
¡Soy una roca más sobre la playa
Soy de arena, de espuma!   

Amado Nervo, también la retrató:
“Tan rubia es la niña que cuando hay sol no se la ve”.

Otra poeta, nuestra querida Enriqueta Arvelo Larriva, al enterarse de su muerte en Caracas, meses antes de que la propia Enriqueta la siguiera, la definió así “Ella, tan tierna y enraizada”.


Fuente: Mannarino, Carmen (1997). Luisa del Valle Silva. Luchadora y poeta. Caracas: Ediciones Niebla. (disponible para su consulta en la sección femenina “Lolita Robles de Mora”, de la Biblioteca del Museo del Táchira, en Paramillo, San Cristóbal).

En defensa del Monte de Venus

Siempre me había parecido que el monte de Venus tenía su razón de ser, por lo que esa costumbre de dejar la vulva a la intemperie, impuesta supongo por los no menos horrendos hilos dentales, me parecía espantosa. No sólo porque ese terreno baldío se ve feísimo (ni la de la Diosa Canales se ve guapa en esa exhibición) , sino por lo molesto y sacrificado que debe ser estar afeitándose ahí continuamente,  supongo que hasta habrá quien lo haga con cera, otra tortura más a la que las mujeres sometemos a nuestro martirizado cuerpo. Es por ello que me he tomado el trabajo de transcribir el texto que a continuación se lee. La singularidad del mismo es que está escrito por un hombre, (ellos tan aficionados a la pornografía… ¡y no me digan que esa cosa afeitada no luce porno!), lo que me exime de sospecha, ya que no faltará quien me tilde de envidiosa o anticuada, cuando no de tener esa zona  poco apetecible. El texto, además, lleva un epígrafe muy elocuente de Henry Miller (o sea que la costumbre no es tan nueva). Otra sorpresa encontrar que coincide conmigo  tan famoso escritor. Sin más preámbulo, aquí va:
“Un coño afeitado es como una ostra: insípido y horrible”
Henry Miller. Trópico de cáncer.

Centenares de hectáreas de monte de Venus son inmisericordemente taladas cada día por millones de féminas que armadas de terribles prestobárbaras, convierten en desierto ese oscuro objeto del deseo que el poeta Rafael Montesinos describe como “…esa ensortijada gracia oscura/cárcel de luz, recóndita angostura”.  Esta práctica aberrante, que atenta contra la estética, el erotismo y la sensualidad, nos ha llevado a un grupo de varones a constituir una organización no gubernamental (ONG) que hemos denominado “Defensores del Monte de Venus”, cuyo objetivo fundamental es evitar la tala despiadada de esa zona que el rey Salomón en su libro bíblico “El cantar de los cantares, capítulo 8, versículo 14, define metafóricamente así: “Corre, amado mío, corre como un venado sobre los montes llenos de aromas. Tu ombligo es un ánfora donde no faltan vinos aromáticos. Tu vientre, un haz de trigo rodeado de azucenas”.

Estos hermosos cantos del rey Salomón no tendrían hoy fuente de inspiración. El panorama actual es aterrador. Las prestobárbaras han convertido el monte de Venus, inspiración de poetas y cantores, en desérticas dunas. Esa zona que a mediados del siglo XX inspiró al poeta uruguayo Ángel Facal para decir “…y tu vientre es una ofrenda/ de los más dulces venenos,/ donde florece la felpa/ en un triángulo perfecto”, ha perdido su encanto y apenas los “Defensores del  Monte de Venus” estamos encontrando las causas. Hemos descubierto que esta práctica empezó tímidamente con el acortamiento del bikini. El monte de Venus le fue cediendo espacio a la prenda invasora y las mujeres fueron reduciendo el tamaño del geométrico espacio del armiño. Matemáticamente la ecuación se fue configurando: a menor tamaño del bikini, menor tamaño del monte de Venus. Hasta ahí, la cosa era aceptable. Pero un día se convirtió en tanga y entonces el espacio para el peluche en el monte de Venus se redujo a cero, con las tenebrosas consecuencias para la estética del cuerpo femenino, desnudo del erotismo y de la sensualidad.

La sensualidad, que es la manera más rápida, efectiva y agradable de encontrar la felicidad, ha recibido un duro golpe de parte de las “Taladoras del Monte de Venus”. Para el sentido de la vista, este triángulo equilátero ha perdido su encanto y los voyeristas están a punto de sublevación. El sentido del gusto no soporta el disgusto de una Cuca Barbie, al del olfato le cambiaron “montes llenos de aromas” por dunas desoladas y el noble sentido del tacto ha perdido su vellocino de oro, su vértice de visón, y ahora sólo cuenta con un desfiladero de espinas y púas, al que cualquier carnicero de Titiribí compararía con una banda de tocino.
Un monte de Venus acometido por el viento es música de hadas para el sentido del oído. A monte de Venus talado, oídos sordos.

Rodrigo Maya Blandón.“En defensa del Monte de Venus”. En: Mujer…tenía que ser. Una publicación no sexista y de mujeres, Nº11. Venezuela 2010.