sábado, 30 de octubre de 2010

BREVE APUNTE SOBRE HABANA EVA

Vi Habana Eva y me encantó. Fui al cine por pura casualidad con un amigo que suele menospreciar las películas hechas por mujeres, porque las considera malas y de interés sólo para mujeres. Aunque de entrada podría ser un mal pronóstico para la película, sus prejuiciosos comentarios me sirvieron de revulsivo que me permitió argumentar a favor de la misma (tal actitud me hace sospechar que no es él solo quien tiene esa postura frente a la cineastas mujeres, sino que son muchos los hombres que piensan lo mismo, pero se cuidan muy bien de decirlo en voz alta).

Debo confesar que fui a ver la película atraída por el prestigio de Fina Torres, de quien vi su nostálgica Oriana (1985) (no he tenido la oportunidad de ver su Mecánicas celestes (1995) y su Las mujeres arriba (2000)), y por el premio recibido como mejor película internacional en el Festival de Cine Latino de Nueva York. Sin embargo, también yo tenía mis prejuicios porque temía encontrarme con un tratamiento tópico de la “cuestión cubana”, a favor o en contra. Es decir, o con una propuesta que hablara de la reconciliación necesaria entre los cubanos de las dos orillas, como la pavosa canción de Ricardo Arjona, o con un “anticubanismo”, si vale el término, o anticastrismo a ultranza, sin equilibrio alguno y muchas veces injusto.

Así que me senté en mi butaca, después de no sé cuánto tiempo que no visitaba una sala de cine. Me he acostumbrado a verlo en mi plasma 42 pulgadas, en la tranquilidad de casita sin tener que aguantar al espectador medio venezolano que va al cine a conversar, a reír estúpidamente si los personajes dicen alguna grosería, como si no se oyeran en todas partes cotidianamente sin el menor reparo, o a dar patadas al respaldo de mi asiento cada vez que el/la de atrás descruza la pierna. Otra muestra del desinterés y el consecuente irrespeto de los venezolanos ante la existencia del otro. Y ¡ay! si te atreves a llamarle la atención a alguien por un abuso como el que menciono… La respuesta es un insulto, además de exponerte a que te falten el respeto doblemente, como si el abusador/a fuera el/la agredido/a…

Bueno…volviendo a Habana Eva, comento que ninguna de mis expectativas negativas fueron cumplidas. Vi una película divertida, que no soslayó la realidad cubana sin dramatizarla y sin por ello ser superficial, como dice una pésima crónica, muy mal escrita por cierto, del diario Aporrea. Eva (Prakriti Maduro) trabaja en una fábrica de ropa haciendo unos horrendos trajes de novia; se trata de unos modelos realizados en serie que no pueden ser modificados, como quiere Eva, quien es una creativa diseñadora de modas. No puede innovar con los recursos que posee porque la jefa del taller es una burócrata de mente cuadrada que no permite los cambios, su fanático celo ve toda nueva idea como un acto contrarrevolucionario. Se trata una vez más de ese leitmotiv del cine cubano, la burla de la burocracia, que ha dado espléndidas obras plenas de humor caribeño, como Plaff y Guantamera, entre otras.

Eva tiene un novio, Angel (el actor cubano Carlos Enrique Almirante), un chico bueno, muy enamorado, convencido revolucionario que construye una casita para casarse, con todos los esfuerzos del mundo, sin recurrir al mercado negro. Eva está cansada de esperar, añora poder hacer el amor en una cama, quisiera que Angel tuviera más ambición y claudicara un poco en función de lograr esas pequeñísimas cosas que cualquier ser humano debería tener. ¿Es materialista esto, amigo de Aporrea? De pronto aparece Jorge, el hijo adinerado de unos exiliados cubanos que abandonaron la isla cuando este tenía seis años. El se enamora de Eva, ella se resiste, pero al final sucumbe: he aquí el triángulo amoroso.

En medio de este triángulo está Teresa (la cubana Yuliet Cruz), el mejor personaje de la película. Ella aporta momentos memorables, con su humor y desparpajo; sólo me sobró la escena del baño, cuando se monta sobre la poceta, demostrando una ordinariez que no cuadra con el perfil del personaje desarrollado a lo largo de la película. Como también me sobró la escena de la seducción del funcionario por parte de Eva, con el fin de conseguir un permiso para montar un negocio. Es esta una escena secundaria que inexplicablemente se convierte en el poster de la película, como bien me hizo ver mi acompañante.

Teresa muere y se convierte en el fantasma que, como ángel tutelar, asiste y aconseja a Eva. ¿Por qué este elemento innecesario? Me pregunta mi amigo. Porque sólo con la inclusión de lo fantástico será posible el final feliz, el que Eva sea una triunfadora transitando los caminos del amor. No hay que olvidar que sus amigas, las compañeras de la fábrica de ropa, le han dicho que los finales felices sólo se dan en las telenovelas. Esto me hizo recordar La rosa púrpura del Cairo, cuando los personajes femeninos de la película que Cecilia (Mía Farrow) ve en el cine le aconsejan que se quede con el personaje de la película del que se ha enamorado y no con el actor real, porque es un hombre y los hombres, tratándose de amor… son inconstantes… para decirlo suave, sin ofender.

No hay un discurso militantemente feminista, no tiene por qué haberlo, pero no me parece una obra superficial por ello, como se dice en Aporrea. Sí es una película que destaca los personajes femeninos, como toda la filmografía de Fina Torres, y en ese sentido sí es feminista, pero hasta ahí. Me parece que trata los problemas de la sociedad cubana, sus carencias y contradicciones, sin dramatizar, exagerar o denunciar. Están ahí no se pueden soslayar, se tratan con humor, como lo viene haciendo el cine cubano desde hace mucho. También está el encanto decadente de la bella y deteriorada Habana, otro acierto de la película: su fotografía. Y en cuanto a esto me pregunta mi amigo, ¿pero es esta una película cubana o venezolana? Se refería, claro está, a los técnicos, todos cubanos. Lo mismo me decía una amiga de Oriana: “esa es una película francesa”. A esto no sé responder: cubana o venezolana; cubano-venezolana. No me importa: me encantó y punto.

domingo, 3 de octubre de 2010

HOMENAJE A CONNY MÉNDEZ


Yo soy venezolana, de la pura capital,

del eje de mi tierra, del Distrito Federal

yo busque lo más central y no pudiendo en Catedral

nací en la esquina El Conde, en la propia calle real.

(Yo soy venezolana. Conny Méndez)

Con esta maravillosa canción (disponible en youtube en la voz de la propia autora) una de mis preferidas junto a Soñe y Venezuela habla cantando, comencé hoy mismo mi colaboración en el programa radial de Carlitos Contreras, Venezuela Sonora, en la Radio Universitaria, ULA FM 106.5. Fue una experiencia gratificante, siempre había querido hacer un programa de radio dedicado a la literatura y/o al hacer de las mujeres. La oportunidad se presentó cuando menos lo esperaba ya que, luego de una invitación a su programa, Carlitos, querido y talentoso exalumno, además de buen músico y excelente persona, y yo acordamos experimentar un poquito con una entrega mensual dedicada a la literatura. Ya comenzamos con buen pie, según creo, espero que en lo sucesivo la audiencia nos compense con su sintonía y aprobación. Hilvanando música y comentarios fuimos haciendo un perfil de esta polifacética mujer, parte de lo dicho lo transcribo a continuación:

Juana María de la Concepción Méndez nació el 11 de abril de 1898 en la caraqueñísima esquina El Conde, hija del escritor Eugenio Méndez y de doña Lastenia Guzmán. En su casa la llamaban Conchita, pero no le gustaba, hasta que fue rebautizada Conny por sus compañeros de estudios en Nueva York, nombre con el que sí se identificó y con el que se dio a conocer desde entonces. Burguesa de sangre, como reconocen sus parientes, perteneció a una clase privilegiada que cuenta entre sus ascendentes a José Antonio Páez y Cristóbal Mendoza. Si se la puede definir en pocas palabras estas serían: mujer alegre, sencilla, traviesa, incansable en su afán de dar rienda suelta a su creatividad. Decía lo que pensaba, hacía lo que le daba la gana, en una palabra: fue una mujer libre. La primera que se bañó a mar abierto en La Guaira, la primera que fumó en público, la primera en divorciarse. Se casó tres veces, tuvo dos hijos y doce nietos.

Conny recibió algunas clases de música con el maestro Vicente Emilio Sojo, además estudió Artes Plásticas y Música en Nueva York, aunque no por mucho tiempo, se dice que odiaba los estudios formales. Era una música autodidacta, componía directamente en el piano, sin tener mayores conocimientos de teoría y solfeo, sin embargo, tocaba la guitarra y el piano bastante bien.

Es bueno destacar que sus inicios en el mundo artístico no fueron en la música sino en la caricatura, fue toda una pionera en el humorismo femenino, rasgo interesante ya que no son muchas las mujeres que han incursionado en ese género. Comenzó como caricaturista en la revista femenina Nos/otras, a la que siguieron colaboraciones, también como cronista, en otras importantes revistas de su época como Elite, Páginas, Bohemia y en diarios como El Nacional y La República.

Otro de sus intereses, además de la pintura, la decoración, la costura y el tejido, fue el teatro, puesto que se desempeñó como productora, directora y actriz de obras montadas a beneficio de la Cruz Roja Internacional. Cuentan sus familiares que era una mujer sumamente simpática y extrovertida, cuya compañía encantaba a todos. Gustaba de reunir a la familia para organizar veladas culturales en la que se representaban obras teatrales o se interpretaba música coral.

Escribió más de 40 composiciones, la primera de ellas fue Soñé, estrenada en Nueva York por la soprano Isabel Hernández de Pérez Dupuy en 1935. En 1967 se edita un LP titulado A mi Caracas, en homenaje a su amada ciudad por su Cuatricentenario. Su última composición musical fue Luna de Burbusay, en 1972, dedicada a este entrañable pueblito andino. También se ocupó de los niños con varias composiciones dedicadas especialmente a ellos, como la pieza Navidad criolla o La Cucarachita Martina. Es posible que pocos sepan que su conocida pieza La Negrita Marisol fue dedicada nada menos y nada más que a Yolanda Moreno. Cuenta nuestra gran bailarina que la canción fue todo un éxito en su momento y que gracias a ésta se dio a conocer en el ámbito artístico nacional.

En 1943, Conny Méndez fundó su Movimiento de Metafísica Cristiana, que la hizó más famosa. Fue discípula de dos maestros de lo que se conoce como El Nuevo Pensamiento, Emmet Fox y el Conde Saint Germain. Ella tradujo y divulgó tales enseñanzas por la América Hispana siendo la autora más productiva en estos temas entre los años 60 y 70. Quién no ha leído, recibido como regalo o al menos visto en librerías o en kioscos de la calle títulos como:

Metafísica al alcance de todos

Te regalo lo que se te antoje

El maravilloso número 7

Quién es y quién fue el Conde de Saint Germain

Piensa lo bueno y se te dará

Metafísica 4 en 1

El nuevo pensamiento

Qué es la Metafísica

El librito azul

La voz del Yo soy

La carrera de un átomo

Hoy me gustaría comentar especialmente un libro de Conny menos conocido, Las Memorias de una loca, publicado en 1955 en Barquisimeto, porque lo considero un libro importante dentro del memorialismo femenino venezolano. Escrito con soltura y desenfado, sin grandes pretensiones literarias, cumple lo que es común a las memorias como es privilegiar las anécdotas, los acontecimientos externos frente al análisis del yo. De modo que lo confesional cede su paso a una sucesión de historias graciosas y singulares protagonizadas por la autora, sus parientes y amigos. Nada dice Conny de su intimidad, de sus amores o secretos. Más sorprendente aún es que ni siquiera mencione su labor en la enseñanza esotérica ni el Movimiento de Metafísica Cristiana que fundó en 1946, asunto que soslaya censurándolo por completo. Con ello se cumple lo que la crítica Estele Jelinek, ha llamado “la falacia de la autobiografía”, es decir, la creencia de que el autor hace revelaciones sobre su intimidad, sobre lo profundo de su vida emocional.

Cabría preguntarse entonces cuál fue el proyecto memorialístico de Conny Méndez para entender a su vez cómo ella se autoconcibe. Las memorias de una loca comienzan exaltando la saga familiar, los Méndez, familia aristocrática de la que se siente orgullosa, no sólo por su alta cuna sino porque todos están dotados de genio. Ella se autodenomina loca porque para ella esa palabra significa única, especial, esto a pesar de la mirada jocosa con que se ve a sí misma en el poco piadoso autorretrato con el que abre sus memorias:

Yo era una niñita muy insignificante. Raquítica, orejona, con los ojos que me tragaban la cara y la boca en acento circunflejo. Me hacía pipí en la cama y en las pantaletas. Mis hermanos me llamaban “Refonjedionda”.

Luego de esta singular presentación, Conny nos pone al tanto de que era una niña solitaria, ya que no tenía amigas con quien jugar, lo que sin embargo consideró positivo porque le permitió desarrollar su imaginación. Por eso comienza a hablar con las plantas del jardín, se hace amiga de las rosas, margaritas y cayenas y descubre el piano. Aprende a tocarlo y compone un Nocturno, a pesar de su corta edad. Con esto se da una constante que suele aparecer en las autobiografías de escritoras y artistas, quienes tienden a autorrepresentarse como niñas solitarias por lo precoces y excepcionales. Así sucede en las autobiografías de las españolas, Emilia Pardo Bazán, Rosa Chacel, de la cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda o de la argentina Norah Lange, entre otras.

Otra constante del memorialismo femenino es la poca importancia concedida al acontecer histórico social que enmarca los hechos narrados. A pesar de que manifiesta la voluntad testamentaria que la impulsa a comentar hechos curiosos de su tiempo para que la juventud los conozca. Son pocas las alusiones a lo que sucede en el país. Así, al referirse al General Cipriano Castro y a la inconformidad de su familia con el gobierno, lo que los hace abandonar el país para vivir en Nueva York, tan sólo dice que el general era buen bailarín y picaflor, lo que sus parientes consideraban un mal ejemplo; dato poco relevante, puesto que se da de pasada luego de un simpático fragmento, acierto de la oralidad representada en la escritura, con lo que Conny demuestra su resistencia a las formalidades, a la privación de la libertad, al cuidado de las apariencias tan común en la educación de las mujeres de su época. Por eso dedica los últimos capítulos de su libro a narrar sus viajes por Europa, destacando su independencia, su éxito como cantante y compositora y su desenfado, opinando, haciendo críticas, diciendo lo que piensa sin complejos. Son estas, entonces, las memorias de una mujer emancipada o como ella misma prefirió decir: artista, bohemia y loca. Afortunadamente pudimos constatar en librerías que hay una reedición de algunos textos y caricaturas, junto a estas memorias que comentamos hoy, titulada La Chispa de Conny Méndez.

No hay duda de que Conny Méndez fue una mujer excepcional, su legado es una obra musical y una labor espiritual muy estimable además de conocida ampliamente en el ámbito hispano. Recibió muchos honores, entre ellos la Orden Diego de Losada en 1976. Falleció en Miami durante una visita a su hijo y a sus nietos el 26 de noviembre de 1979. Sus restos fueron cremados y repatriados para ser enterrados en su querido país. Fueron 81 años que sorprenden por representar una vida tan prolífica y por ello tan ejemplar.