Siempre me había
parecido que el monte de Venus tenía su razón de ser, por lo que esa costumbre
de dejar la vulva a la intemperie, impuesta supongo por los no menos horrendos
hilos dentales, me parecía espantosa. No sólo porque ese terreno baldío se ve
feísimo (ni la de la Diosa Canales se ve guapa en esa exhibición) , sino por lo
molesto y sacrificado que debe ser estar afeitándose ahí continuamente, supongo que hasta habrá quien lo haga con
cera, otra tortura más a la que las mujeres sometemos a nuestro martirizado
cuerpo. Es por ello que me he tomado el trabajo de transcribir el texto que a
continuación se lee. La singularidad del mismo es que está escrito por un
hombre, (ellos tan aficionados a la pornografía… ¡y no me digan que esa cosa
afeitada no luce porno!), lo que me exime de sospecha, ya que no faltará quien
me tilde de envidiosa o anticuada, cuando no de tener esa zona poco apetecible. El texto, además, lleva un
epígrafe muy elocuente de Henry Miller (o sea que la costumbre no es tan
nueva). Otra sorpresa encontrar que coincide conmigo tan famoso escritor. Sin más preámbulo, aquí
va:
“Un
coño afeitado es como una ostra: insípido y horrible”
Henry
Miller. Trópico de cáncer.
Centenares de hectáreas de monte de
Venus son inmisericordemente taladas cada día por millones de féminas que
armadas de terribles prestobárbaras, convierten en desierto ese oscuro objeto
del deseo que el poeta Rafael Montesinos describe como “…esa ensortijada gracia
oscura/cárcel de luz, recóndita angostura”.
Esta práctica aberrante, que atenta contra la estética, el erotismo y la
sensualidad, nos ha llevado a un grupo de varones a constituir una organización
no gubernamental (ONG) que hemos denominado “Defensores del Monte de Venus”,
cuyo objetivo fundamental es evitar la tala despiadada de esa zona que el rey
Salomón en su libro bíblico “El cantar de los cantares, capítulo 8, versículo
14, define metafóricamente así: “Corre, amado mío, corre como un venado sobre
los montes llenos de aromas. Tu ombligo es un ánfora donde no faltan vinos
aromáticos. Tu vientre, un haz de trigo rodeado de azucenas”.
Estos hermosos cantos
del rey Salomón no tendrían hoy fuente de inspiración. El panorama actual es
aterrador. Las prestobárbaras han convertido el monte de Venus, inspiración de
poetas y cantores, en desérticas dunas. Esa zona que a mediados del siglo XX
inspiró al poeta uruguayo Ángel Facal para decir “…y tu vientre es una ofrenda/
de los más dulces venenos,/ donde florece la felpa/ en un triángulo perfecto”,
ha perdido su encanto y apenas los “Defensores del Monte de Venus” estamos encontrando las
causas. Hemos descubierto que esta práctica empezó tímidamente con el
acortamiento del bikini. El monte de Venus le fue cediendo espacio a la prenda
invasora y las mujeres fueron reduciendo el tamaño del geométrico espacio del
armiño. Matemáticamente la ecuación se fue configurando: a menor tamaño del
bikini, menor tamaño del monte de Venus. Hasta ahí, la cosa era aceptable. Pero
un día se convirtió en tanga y entonces el espacio para el peluche en el monte
de Venus se redujo a cero, con las tenebrosas consecuencias para la estética
del cuerpo femenino, desnudo del erotismo y de la sensualidad.
La sensualidad, que es
la manera más rápida, efectiva y agradable de encontrar la felicidad, ha
recibido un duro golpe de parte de las “Taladoras del Monte de Venus”. Para el
sentido de la vista, este triángulo equilátero ha perdido su encanto y los
voyeristas están a punto de sublevación. El sentido del gusto no soporta el
disgusto de una Cuca Barbie, al del olfato le cambiaron “montes llenos de
aromas” por dunas desoladas y el noble sentido del tacto ha perdido su
vellocino de oro, su vértice de visón, y ahora sólo cuenta con un desfiladero
de espinas y púas, al que cualquier carnicero de Titiribí compararía con una
banda de tocino.
Un monte de Venus
acometido por el viento es música de hadas para el sentido del oído. A monte de
Venus talado, oídos sordos.
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