El 8 de marzo de 1944 se
celebró, por primera vez en el país, el Día
Internacional de la Mujer en el Teatro Nacional de Caracas. El discurso de
orden lo pronunció Luisa del Valle Silva: La
mujer, mitad de la humanidad. Era un período de lucha por los derechos
civiles y políticos de las féminas, por lo que en el mismo la poetisa fijó
posición pública acerca de las legítimas aspiraciones de la mujer venezolana de
la época. Se esperaba que el Congreso en las sesiones de ese año le concediera el
derecho al voto, puesto que le había sido negado en la Constitución de 1936, en
la que votante era sinónimo de varón. Un retroceso inconcebible ya que la
constitución anterior, del año 1931, había establecido que eran electores y
elegibles todos los venezolanos mayores
de 21 años. Retroceso más
sorprendente aún si tomamos en cuenta que fue una determinación tomada después
de la muerte de Juan Vicente Gómez, prueba de que las conquistas logradas se
pueden perder, por lo que no hay que bajar la guardia. Luisa del Valle,
consciente de las dificultades de la lucha finalizó su discurso con estas
palabras: “Esperamos. Pero no con los brazos quietos y la mirada soñando
lejanías. Esperamos de pie y trabajando”.
En su discurso Luisa del
Valle expuso el error de considerar a la mujer “como una parte desprendida del
todo y no como el otro hemisferio de la colectividad (…) continuar
considerándolas un montón anónimo, sería seguir mirándolas con ojos pretéritos.
Algo así como pretender estudiar la tierra desde un solo plano, y no tomar en
cuenta que nada es hoy como ayer y nada será mañana como hoy”. Destacó, además
que la sociedad venezolana había alcanzado la madurez suficiente como para
reconocer un derecho que existía, pero que era desconocido y oprimido; para
ella el progreso de una colectividad se demuestra en la condición que disfrutan
sus mujeres:
Hombre
esclavo, quiere, necesita, mujeres esclavas… Hombre atrasado no puede permitir
que la mujer ascienda en la escala de la cultura…cuando una sociedad tiene el
grado de organización que marca el verdadero progreso no puede seguir
sosteniendo el lujo de mujeres de adorno (…) Resulta molesto oír a cada
momento: A las mujeres les van a dar sus derechos…¿Quién se los va a dar? ¿El
hombre?...Y el hombre los tiene…¿por qué? ¿Y por qué tiene él los propios y los
de ellas para dárselos o no, como a bien tenga?...¿No resulta de estas
consideraciones algo así como si hubiera habido un escamoteo, un despojo de
parte del hombre hacia la mujer?.
El 12 de mayo de ese
mismo año Luisa del Valle formó parte del grupo que participó en la llamada tarde histórica del Congreso, al que se
presentaron para entregar el Mensaje
Femenino, documento respaldado por más de doce mil firmas. A la pregunta de
un periodista sobre la intención de la solicitud, ella respondió “Pueden
ustedes tener la seguridad de que no queremos el voto como medio de conquistar
prebendas para nuestro goce e interés personal”.
Las luchas del 44 fueron
dando resultados parciales: la reforma constitucional de 1945 concedió a la
mujer el derecho de sufragio activo
(votar) y pasivo (ser elegida) para la formación de Consejos Municipales; en
1946 se logró el derecho al voto y la participación en planchas para la
elección de la Asamblea Nacional
Constituyente, donde actuaron las primeras venezolanas parlamentarias,
dieciséis en total. Finalmente, La Asamblea
Nacional Constituyente, en 1947, en el Artículo 80 de la Constitución del 5
de julio, concedió el derecho pleno al voto.
Vuela hoy un recuerdo y
un homenaje para esta notable mujer, nacida en Barcelona el 8 de enero de 1896,
aunque fue Carúpano la ciudad de crecimiento y formación. Poeta, maestra,
alfabetizadora, he aquí su autorretrato:
El reflejo dorado
de las arenas tiene mi cabello
y hay un blancor de espumas condensado
en mi cara, mis brazos y mi cielo
Y en su poemario Ventanas de ensueño dirá:
¡Soy una roca más sobre la playa
Soy de arena, de espuma!
Amado Nervo, también la
retrató:
“Tan rubia es la niña
que cuando hay sol no se la ve”.
Otra poeta, nuestra
querida Enriqueta Arvelo Larriva, al enterarse de su muerte en Caracas, meses
antes de que la propia Enriqueta la siguiera, la definió así “Ella, tan tierna
y enraizada”.
Fuente: Mannarino, Carmen (1997). Luisa del Valle Silva. Luchadora y poeta. Caracas: Ediciones
Niebla. (disponible para su consulta en la sección femenina “Lolita Robles de
Mora”, de la Biblioteca del Museo del Táchira, en Paramillo, San Cristóbal).