La otra razón que me movía a
escribir fue el constatar que el cáncer de mama es una realidad nada lejana a
mi entorno. La muerte de una vecina en sus tempranos cuarentas, la mutilación
del seno de la madre de una de mis alumnas, la muerte de la recordada y admirable
Mis Venezuela, Eva Ekval, en la plenitud de su belleza y juventud, me
inquietaban. Inquietud mezclada con la incomodidad que me produjeron dos datos
que el acto políticamente correcto de Tania no osó revelar: la fundación lleva
una estadística que confirma que EL 60%
DE LAS MUJERES DIAGNOSTICADAS CON CÁNCER DE MAMA SON ABANDONADAS POR SUS
PAREJAS. Terrible dato sólo superado por las parejas de LAS MUJERES QUE PADECEN
CÁNCER DE ÚTERO, QUIENES SON ABANDONADAS POR EL 90% DE SUS PAREJAS; dato
proporcionado por los médicos que acudieron al programa Responsabilidad Social, de Televen, conducido por la periodista Elvia
Herrera hace unos meses atrás. ¿Comprueba esto lo que escribí sobre los hombres
que no aman a las mujeres, en entrada anterior de este blog? Quizás…
Sin embargo, lo que mi
escritura quiere compartir con
SenosAyuda en esta ocasión son
unos poemas de la escritora, poeta y artista plástica nacida en Argentina y
ciudadana canadiense desde 1977, Nela Río. Los mismos llegaron a mis manos
gracias a mi buena amiga la profesora Elena Palmero. Leí su interesante ensayo
sobre Nela en la revista cubana Islas.
En el mismo comentaba el poemario Cuerpo
amado, en el que se tematiza la dramática experiencia de la mutilación del
cuerpo femenino. De entrada me llamó la atención que tal experiencia pudiera
alcanzar rango poético, que el comprobar con las manos que el cuerpo ya no es
el mismo, porque ha pasado a definirse
por la ausencia, pudiera transmutarse en imagen lírica, como sucede en el poema
El rumor del cristal:
Su
cuerpo es tan liso que parece un espejo
la
ausencia es tan sólo una larga cicatriz.
Las
manos lamiendo la piel
de
arriba a abajo,
de
abajo a arriba,
cubren
el pensamiento
con
monotonía.
Los
días vividos la rodean
como
un bosque que durmiera al mediodía.
Recuerda
la presencia
que
hoy habita la ausencia
como
un ojo abierto.
Los
párpados con fondos enormes
rozan
presagios sin pestañas.
De
pronto su cuerpo tiene un mar adentro
y
escala hasta la orilla.
Respirar
es una mano
que
enturbia
la
limpidez de la ventana
El
rumor del cristal es tan leve
como
un cuarto vacío
La
tragicidad de una realidad revelada por el espejo al que hay que atreverse a
encarar, cueste lo que cueste, es lo que ella
confronta con coraje en La infatigable
realidad, una nueva vida que se reconstruye desde la pérdida:
El
nuevo sentido
de
un cuerpo carente
de simetría
embriagado
por la verdad que aterra
desciende
lento
al
fruto que delata el fuego.
Ella
atisba la incesante realidad,
lo
revertido en el origen.
En
tardes vagabundas se había visto
reflejada
en los espejos
que
ardían quemando sombras
en
los ojos obstinadamente cerrados.
En
esa imagen al borde indeciso de la luz
construía
su vida
como
un espíritu encarnado
humeando
deseos en la exacta furia del vacío.
El
espacio se abría a bocanadas
disolviendo
la obstinación mineral de los días.
Porque a pesar del vacío, ella continúa allí, luchando contra las
sombras. Ella se habita, dice el
poema, no se rinde a pesar de que a veces no se reconozca. El despojo esta ahí,
sí, pero también aquella que siempre fue, rescatada por el recuerdo del amor:
Ella
habitaba su cuerpo
tratando
de encontrarse.
Era
difícil de entender que sin estar toda entera
palpitaba
la misma que ella conocía.
La
ausencia, como una aromática presencia,
pies
desnudos sobre el musgo,
silencio
de agua sin cintura,
dejándole
la forma de un grito arrebatado.
Su
recuerdo dibuja el pezón
y
la exacta comunicación con el centro.
Hay
un vacío largo de silencio mudo.
Recuerda
los besos
y
el pecho hundido se levanta aunado a la luz.
Al final se sale a flote, la
vida siempre retoña: Camino a la vida
es un canto al renacer, al coraje, a la gratitud hacia el cuerpo que noblemente
nos sostiene:
Vivo
la vida
como
si hubiera nacido
en
la mitad de la vida.
Miro
mi cuerpo y admiro
su
valor.
Me
habito con orgullo.
Adopto
la ausencia de mi pecho
y
lo amo como a un huérfano.
Su
existencia quema sin arder.
Al
apoyar la mano
algo
se agita
un
desorden, un revuelo de ansiedades,
y
claramente mi nombre.
En la poesía de Nela Río las
sombras dan siempre paso a la luz, el amor salva bajo cualquier circunstancia y
a cualquier edad. La madurez dibuja un nuevo paisaje, quizá menos bello, pero
todavía en plenitud. La vida tiene alas,
dice, mientras la pasión siga en vela:
Hoy
espero tu primera mirada.
¿Gota
de cera sellando nuestros días?
Contemplo
tu proximidad
en
los escalones de la calle.
Abro
la ventana cuando tú apareces
y
descorro las cortinas:
no
quiero que el velo pasajero
me
desfigure con su delgadez.
Me
quito el vestido dejando que la luz
ponga
más caminos en mi piel.
Sé
que soy todas y una
cuando
se espera
la
primera mirada.
Te
hallo a mi lado
cuando
abres los ojos
como
una historia conocida.
Deseo
tu cuerpo contra el mío
digo
y
la vida tiene alas.